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viernes, 28 de noviembre de 2008

Memorias de un viaje a China: "El Limbo"

Por Gabriela García

Estudiar chino sin duda es una de las cosas más difíciles y complejas a lo que me he comprometido. Siempre he pensado que fué un error no haber estudiado aunque fuera un poco de chino en México, quizá hubiese hecho un poco menos sufrido el inicio mi incursión en esas tierras lejanas.

Al irse Ricardo (mi pareja) a Nanjing "el que sabía chino", yo no podía pensar en cómo iba a sobrevivir aquí. Con nadie, entonces, podía hablar español, no conocía a nadie sólo recién a Marlena (mi compañera de habitación en la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing, ella es de la ex-Yugoslavia); no iba a tener clases hasta una semana después. Yo no sé de qué valor me armé entonces, regresé al supermercado a echar un vistazo, sola, por las calles de Beijing y sólo sabiendo decir "ni hao" (hola), "wo shi Moxige nu ren" (soy mexicana), "xie-xie" (gracias), aprendidos ya no sé ni bien porqué, quizá para no ser descortés como buena mexicana.
Así que salí a la calle al segundo día de estarme recobrando del cambio de horario. El supermercado tenía un olor muy especial, entre ajo y hongo shitake, un olor muy profundo y un tanto desagradable. Yo pensé entonces que así olían los chinos, y la verdad, sigo pensando que no estaba tan equivocada entonces.

Cada supermercado es un mundo de cosas, los hay incluso con peceras y animales vivos, pero este de la Beiyu (como le dicen allá a la Universidad de Lengua), es más parecido a un superama o sumesa en México. Me costó varios meses entender su lógica para acomodar cosas, incluso hoy pienso que no la tienen. Evidentemente, todo "estaba en chino" y las explicaciones de los tenderos por sección no ayuda de mucho. Todo en "súper" chino, como todavía digo. Ves cosas empaquetadas igual que en México y chatarra por todos lados, aunque claro ves cosas que en mi patria nunca verías en un supermercado, como lo es el queso de soya fresco, leche de soya fresca, panes al vapor del día y "productos chinos" como algas, salsa de soya y muchos fideos de muchas clases, aunque los integrales brillan por su ausencia.

La ventaja de comprar en este supermercado, tan cerca de la universidad que más extranjeros tiene, es que fácilmente puedes ver en la caja registradora el monto en yuan (moneda local) de tu compra, lo que facilita mucho a la hora de pagar, sólo queda ahora acostumbrarse e identificar a los billetes chinos, lo que tienen la imagen de Mao , - exceptuando los inferiores a 1 yuan - cambiando solamente la denominación, el color y la imagen de fondo.¡Pero ése no era un mercado de verdad! Era una tienda de autoservicio, nada que ver con mi imagen de mercado, sobre todo con la tradición mexicana de encontrar los colores, sabores y olores de la cultura en dichos espacios colectivos. Así que ese día me dije, con mi mapa, me voy a lanzar a buscar los Jardines del Palacio de Verano (¡qué ilusa yo!) y a ver qué encuentro.Así que con sólo mi orientación de arquitecto, el nombre de las calles y un mapa, me lancé a mi búsqueda. Caminé y caminé, claro que no podía preguntar nada, sólo caminé muchísimo. En el camino fui viendo puestos de bicicletas, y pensé que debía ser aún más audaz y comprarme una, pero ¿cómo iba a preguntar? ¡no sabía nada de chino! Así que el ingenio de mexicana afloró: tomé una libretita o papeles más bien, el ticket del super de mis compras, una pluma y empecé por señalar, dar la pluma y el papel y que el chino con el que me había topado me escribiera el precio, y ¡eureka! funcionó. Me escribieron el precio de la bicicleta, aunque me parecio rara la escritura de los números, que llegué a pensar que también los escribían con caracteres chinos (si lo hacen, pero no para los precios de las cosas, luego descubriría) además suelen añadir al final del precio el signo de "Y" que significa yuan, su moneda local, para no confundir con dólares de Estados Unidos.

Finalmente descubrí una vendimia bajo techo, era el tan buscado mercado. Lo primero por lo que pregunté, en él, fue por jengibre (¡sí! había encontrado un mercado como lo había imaginado), tomé un poco y le dí el papelito con la pluma, claro no entendía los números que me escribieron, pero le dí un billete de 5 yuan, no pensé que fuera a ser más caro que éso, y fueron ¡5 maos! es decir, cincuenta centavos de yuan. Asi que todos me miraban con verdadera extrañeza "¡qué barato es todo!" pensé (siempre pensando, ya que no podía decir una sola palabra, era como cierto miedo de espantar a la gente, mis nuevos amigos, con un lenguaje que seguramente muchos de ellos en su vida lo han escuchado nunca). Todo era para mí tan silencioso, ver el bullicio, siempre como espectadora, no podía hacer más. Caminé por ese mercado, vi de todo: tofu de muchísimos tipos, fideos, carnes, mariscos ¡vivos!, y verduras, algunas conocidas, la mayoría, otras verduras chinas pero conocidas como las achicorias y los daikones, que abundan y otras que aún hoy, no sé bien qué son y cómo se comen. También había fruta, muy barata, comparada con la habida en el supermercado, aunque comparada con las verduras no eran tan baratas. Además encontré animales vivos, como gallinas y patos: era todo un lugar lleno de aromas, colores y sabores de China, sin duda.

Seguí caminando y me animé a comprar la bici, bueno, hasta regatee con mi papelito, pero fué porque habia leído y me habían dicho que las bicicletas costaban unos 100 yuan, ésta me la dejaban en 150 y regatee y regatee con señas y señas, y lo más que me bajaron fue a 140 yuan, con un candado y canastilla, muy buen precio, a decir verdad. Pensé en ese momento que no en todos los lugares se podría regatear igual, y tenía razón.¡Ahora sí China, qué me duras! -pensé- con mi nueva bicla, comprada con esa libretita, ajustada a mi tamaño con señas y sólo con un "xie-xie" al final salí en búsqueda de los jardines del Palacio de Verano. Poco después me percaté de que mi mapa no tenía escala y eso me desubicaba un buen en cuanto a las dimensiones de las calles y las distancias a recorrer.Ese día no conocí el Palacio de Verano, pero sí conocí los jardines de Tsinghua, la Universidad en donde estudiaría tiempo después, los jardínes de Beida (como se le conoce a la Universidad de Beijing) y un supermercado de plantas y flores, donde no pude evitar la tentación de comprarme mi primer planta. Pero no, Palacios de Verano nada.

Aunque contenta conmigo misma por mi audacia, seguía siendo algo que sólo compartiría por el momento conmigo y nadie más, el silencio era abrumador.

Al comenzar una semana después de mi llegada a China las clases de idioma, esta sensación abrumadora de incomunicación se iba acentuando. Primero con los propios "laoshi" o profesores, una situación que parecía nunca iba a acabar. Nuestro maestro de "tingli" o "listening" (sin una traducción exacta en español) de llegar a clases en absoluto silencio, con señas hacernos repetir sílabas y tonos y hacernos reír con su mímica al corregirnos con su "no,no, no..." siempre en silencio, sin más nada, un buen día llegó al salón (como a las tres semanas de inicidas las clases), se plantó enfrente, y comenzó a hablar un monólogo tan incomprensible como extraño para todos los que creíamos que nuestro laoshi solo se dedicaría a ponernos a escuchar frases cortas en la grabadora. Todos nos volteabamos a ver sin comprender lo que pasaba, con casas de "shenme" (¿Qué?). Ese fue el gran inicio de aprender chino al modo chino, a pasos agigantados para mi, una latina que se había esmerado en su país de aprender comprendiendo las cosas y evitando que solo fuese de memoria, en China, las cosas en cuanto al idioma, como en muchas otras cosas era al revés, todo era al revés. Primero de memoria los caracterés, como escribir, luego la grámática, cómo usar los mismos, y al mismo tiempo los tonos, el cómo hablarlos. Me encotré de pronto repitiendo como loro, lo que oía como burro y claro no entendía ni que decía, ni que me preguntaban, ni que era lo que repetía.

Así es amigos, aprender chino es toda una hazaña, donde necesitas un gran corazón, una excelente memoria visual y auditiva, mucho interés en su cultura y cero de arrogancia. Yo creo que para mí este ultimo punto fue mi batalla cotidiana, ¿cómo combatir mi arrogancia, mi miedo a equivocarme?, ¿el no ser perfecta y de volver hacer las cosas bien otra vez más? Lágrimas, muchas lágrimas me costó aprender el chino básico para poder comunicarme.
Pues sí, los primeros meses en la Beiyu, fueron muy difíciles, con una soledad tremenda, con gente desconocida, extrañando enormenente a mi vida en México, a mis amigos, entendiendo muy poco de chino al principio, con un clima helado jamás vivido antes, aunque con muchas ganas de continuar esa aventura hasta donde los pies me habían llevado. A esa época, a ese inicio un tanto tortuoso yo le llamo "el limbo".



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