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martes, 6 de octubre de 2009

La otra historia del Tíbet II

La historia del Tíbet, como en la edad media pero sin ruedas.

Para encontrarnos con un Tíbet como nación separada de China hay que remontarse a la dinastía de los Tubo que reinó en Tibet del siglo VII al IX.
El Tíbet formaba parte de China desde el siglo XIII hasta 1911.

Esto se remonta a Kublai Khan, fundador de la dinastía mongol en China en el siglo XIII, que utilizó el budismo tibetano para legitimar su autoridad.
Cuando la dinastía Ming retomó el control del imperio, en el siglo XIV-XVI no se interesó mucho por esa lejana provincia que quedó anexada a China pasivamente hasta que la dinastía Manchú hizo del Tíbet una de las 17 provincias chinas en el siglo XVIII.

A finales del siglo XIX el imperio británico invadió el Tíbet e instaló sus oficinas comerciales.
En 1904 el imperio chino ya en plena decadencia no pudo resistir la invasión de los colonialistas ingleses.
Gran Bretaña envió una fuerza militar desde su colonia india que conquistó Lhasa, masacrando a centenares o miles de tibetanos y lo transformó en una semi colonia británica (65)

Así que la independencia del Tíbet es muy relativa; fue orquestada por el Imperio Británico.
En 1908 China, aprovechando la salida de los británicos, retomó el control del país.
Después llegó el hundimiento del imperio chino y la instauración de la República en 1911, aunque ningún país lo reconoció nunca como estado independiente.

Cuando el Tíbet era independiente el pueblo soportaba una feroz teocracia feudal, una sociedad esclavista en pleno siglo XX.

“Cuando el Dalai Lama y la clase de los propietarios estaban en el poder en Tíbet, el 95% de la población eran siervos feudales, sin ningún derecho humano. Podían ser vendidos como mercancías”(66, 67).

¿Piensas que es propaganda comunista?

No

Muchos autores occidentales coinciden en ello.
Pradyumna Karan, que no era precisamente comunista, sino reconocido simpatizante de la teocracia, admite que “una gran parte de los bienes raíces pertenecía a los monasterios, y la mayoría de estos amasó inmensas fortunas… Además, monjes individuales y lamas pudieron acumular grandes riquezas mediante su participación activa en el comercio, los negocios y los préstamos de dinero”(68)

Su santidad con el nazi Harrer.

El nazi austriaco Heinrich Harrer, que también simpatizaba con esta sociedad teocrática, describe su encuentro con un funcionario que a pesar de no ser especialmente importante tenía “treinta siervos” y cómo, mientras el pueblo estaba desnutrido, en la mesa de los aristócratas no faltaban “cosas exquisitas provenientes de todos los rincones del mundo”. Estos vivían en una obscena opulencia “zorros azules de Hamburgo, perlas cultivadas de Japón, turquesas de Persia, corales de Italia, ámbar de Berlin y Königsberg” (69) .

Durante la II guerra mundial la elite del Tíbet apoyó extraoficialmente al eje Berlin-Tokio y tuvo relaciones con los dirigentes nazis (70).

Su santidad de joven con el Naci Dr. Bruno Beger convicto de asesinato en masa y crimenes de guerra. Fuente de la foto: Bruno Beger “Meine Begegnungen mit dem Ozean des Wissens” (Mis encuentros con el Oceano de conocimiento”) – Königstein 1986. Encuentros que al parecer no le impidió hacer experimentación humana en el campo de la muerte de Auschwitz Polonia.

De hecho al Dalai Lama tuvo un asesor miembro de las SS de Hitler, como hemos explicado anteriormente.

Una tradición que no se ha olvidado. Hoy el gobierno en el exilio capitaneado por su santidad mantiene una política racista y con el objetivo de preservar la “pureza de su raza” condena los matrimonios mixtos entre tibetanos y los “demás” (71).

Elisabeth Martens bióloga belga que ha pasado 3 años en China estudiando su medicina tradicional y viajado al Tibet, autora de libros sobre el Tibet; Michael Parenti, sociólogo norteamericano; Domenico Losurdo profesor italiano de historia y de filosofía, han hecho extensos trabajos muy recomendables sobre la historia comparada del Tíbet antes y después de la reanexión a China. De ellos y otros, como el dossier de Peter Franssen colaborador de la web del periodista de investigación Michel Collon, extraigo algunas citas que te darán una idea:

Sus enlaces son:

- Elisabeth Martens Tibet : Réponses sur l’Histoire, la religion, la classe des moines, les problèmes sociaux, la répression, le rôle des USA… Entrevista completa por Bénito Perez para ” Le Courrier ” de Genève, le 27 marzo 2008. www.michelcollon.info
- Elisabeth Martens “Histoire du bouddhisme tibétain, la compassion des puissants”, L’Harmattan, 2007.

- Michael Parenti ” Le mythe du Tibet” Feudalismo amistoso: el mito de Tíbet. Traducido para Rebelión por Germán Leyens
http://www.michaelparenti.org

- Domenico Losurdo. Le Tibet, l’impérialisme et la lutte entre progrès et réaction. Mondialisatión. 3 avril 2008.
www.mondialisation.ca/index.php?context=viewArticle&code=LOS20080403&articleId=8540
Domenico Losurdo. “Fuir l’histoire? La révolution russe et la révolution chinoise aujourd’hui” , 2007, éditions Delga (38 rue Dunois, 75013 Paris.)
http://editionsdelga.com/catalogue/c1/p15

- Tibet: ¿Manifestación pacífica o levantamiento armado? Un dossier preparado por Peter Franssen.
www.michelcollon.info

Según una autora china “sólo 626 personas poseían el 93 % de la tierra y la riqueza nacional y el 70 % de los yaks”(72).

La aristocracia laica de todo el Tíet en 1953 no contaba más de 200 familias.

“La clase alta la formaban cerca del 2% de la población y el 3 % eran sus agentes: capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. El 80 % eran siervos, el 5 % esclavos y el 10 % eran monjes pobres que trabajaban como peones”.
Los siervos trabajaban forzados durante 16 o 18 horas al día y estaban obligados a entregar a los dueños (que no trabajaban) el 70 % de la cosecha (73).

Si te quejas de los impuestos que tienes que pagar al gobierno, hecha un vistazo a los que tenían que soportar el pueblo tibetano absolutamente por todo.

“La gente en general trabajaba bajo los lastres combinados del trabajo obligatorio sin pago por el señor y onerosos diezmos.
Pagaban impuestos por casarse, por el nacimiento de cada hijo y por cada muerte en la familia. Pagaban impuestos por plantar un nuevo árbol en su patio, por mantener animales domésticos o de corral, por poseer una maceta con flores o por colocar un cencerro sobre un animal. Había impuestos para los festivales religiosos, por cantar, bailar, tocar el tambor y tocar la campana. La gente pagaba impuestos por ir a prisión y por su liberación. Incluso los mendigos pagaban impuestos. Los que no podían encontrar trabajo pagaban impuestos por no tenerlo, y si viajaban a otra aldea en busca de trabajo, pagaban un impuesto por derecho de tránsito.
Cuando la gente no podía pagar, los monasterios le prestaba el dinero con un interés de entre un 20 y un 50 por ciento. Algunas deudas eran pasadas
del padre al hijo, al nieto. Los deudores que no podían pagar sus compromisos podían ser esclavizados durante todo el tiempo exigido por el monasterio, algunas veces por el resto de sus vidas”(74).

La abismal desigualdad era evidente incluso en la muerte. Los cuerpos de los aristócratas eran inhumados o quemados pero los del pueblo eran pasto de los buitres, para contribuir al equilibrio ecológico como dijo un profesor inglés.

Antes de que se reanexara a China la situación sanitaria era desastrosa:

Ni los siervos ni los esclavos recibían educación ni atención sanitaria.
La mortalidad infantil era en 1950 del 430 por mil nacimientos y la esperanza de vida en 1950 era de 35 años.
“La viruela afectaba a una tercera parte de la población y en 1925 exterminó a 7 mil habitantes de Lhasa. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétanos, la ceguera, las enfermedades venéreas y las ulceras causaban gran mortalidad… Las supersticiones extendidas por los monjes les hacían oponerse a los antibióticos. Les decían a los siervos que las enfermedades y la muerte se debían a los pecados y que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar y pagar dinero a los monjes”(75)

La medicina tradicional tenía, como todas, tratamientos útiles algunos de los cuales se conservan como hemos documentado (76).

Sin embargo no faltaban tratamientos basados en la supuesta santidad de las secreciones de los lamas.
“A menudo los lamas hacen unciones a sus pacientes con su santa saliva ; o bien la tsampa y mantequilla son mezclados con orina de los monjes santos para obtener una especie de emulsión que se administra a los enfermos” (77).

No había en Tibet ni electricidad, ni carreteras, ni casi escuelas…. El analfabetismo era del 95%”(78).

La rueda se conocía, naturalmente, pero estaba prohibida por supersticiones budistas como ya he dicho. Muchos trabajos podrían haberse hecho más fácilmente con ella, pero como Harrer reconoce “el gobierno no quería la rueda” (79).

Derechos humanos brillaban por su ausencia.

Respecto a los derechos humanos, la situación era muy simple: Brillaban por su ausencia.
“Desde su nacimiento, los siervos pertenecían a un propietario. Su existencia, su muerte y su matrimonio dependían de la voluntad de su propietario. Tratados como ganado, los siervos podían ser vendidos, comprados, transferidos, propuestos como dote, ofrecidos a título de gracia por otros propietarios de siervos, utilizados para apurar deudas o intercambiados por otros siervos.
Frecuentemente, eran insultados y abatidos o debían afrontar incluso castigos de una destacada violencia: por ejemplo, se les arrancaban los ojos, se les cortaba la lengua o las orejas, las manos o los pies, se les arrancaban los tendones, a no ser que fuesen ahogados o echados al vacío desde la cima de un acantilado”(80).

No podían casarse sin el consentimiento de su señor o lama y cuando lo hacían podían ser separados de su familias cuando a su dueño le viniese en gana. Los siervos podían ser vendidos por sus amos, o sometidos a tortura y muerte (81).

Los siervos no podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios que los dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario. No podían casarse ni salir de una finca sin permiso del amo. Los siervos y las mujeres eran considerados animales parlantes que no tenían derecho a mirar a la cara a los amos. En la capital Lhasa se compraban y vendían niños (82).

Los siervos no podían desplazarse a ninguna parte sin autorización de sus amos, y si intentaban escapar y eran atrapados por sus amos los castigos por intentar huir eran terribles.

Escapar no era fácil como relata un siervo que lo intentó varias veces:
“La primera vez [los hombres del terrateniente] me sorprendieron cuando huía. Yo era muy pequeño y sólo me esposaron y me insultaron. La segunda vez me golpearon. A la tercera vez ya tenía quince años y me dieron cincuenta fuertes latigazos; dos de ellos se me sentaron encima, uno sobre mi cabeza y el otro sobre mis pies. Me salió sangre por la nariz y la boca. El supervisor dijo:”Esto es sólo sangre de la nariz; agarren palos más pesados y sáquenle algo de sangre del cerebro”. Entonces me golpearon con palos más pesados y me echaron alcohol y agua con soda cáustica en las heridas para que me dolieran más. Me desmayé durante dos horas”(83).

La situación de la mujer era un horror, añadiendo a los derechos inexistentes de todos los siervos, además el de de ser consideradas como seres inferiores. De hecho la palabra mujer, kimen en tibetano significaba nacido inferior.

” Las mujeres tenían que rezar “que yo abandone este cuerpo femenino y renazca como varón”. Los jerarcas religiosos les impedían levantar los ojos mas allá de la rodilla de un hombre”(84).

Los aristócratas escogían sus mujeres de entre la población de siervos. Una mujer de 22 años, que consiguió huir cuenta: “Todas las
muchachas siervas hermosas eran usualmente tomadas por el propietario para ser sirvientas en la casa y utilizadas a su gusto por el amo”. “No eran otra cosa que esclavas sin derechos” (85).

“Para las adúlteras, había en vigor penas muy drásticas, se les cortaba la nariz” (86)

Como en la Europa medieval las antiguas religiones y creencias eran castigadas con la hoguera y las mujeres eran los candidatos predilectos. “Era común quemar a las mujeres por ser “brujas”, a menudo porque practicaban los rituales de la religión bon” (87).

La religión Bon era la antigua religión que las tribus tibetanas practicaban antes de que llegara el budismo.

Peor aún si cabe era el caso de los esclavos domésticos. Sus descendientes nacían como esclavos y lo seguían siendo toda la vida.

La Administración de Archivos de China (AACh) (88) ha publicado recientemente contratos sobre los intercambios o ventas de siervos por sus propietarios, que demuestran la ausencia de derechos humanos en el viejo Tíbet durante el sistema teocrático lamaista (89).

Es preciso recordar que el Tíbet nunca fue reconocido por ningún país como nación.
“En el curso de dos siglos, ni un solo país en el mundo había reconocido el Tíbet como nación independiente. Lo consideraban parte integrante de China. En 1950 India lo conceptuaba de esa forma, después del triunfo de la revolución comunista. Inglaterra adoptó la misma conducta. Estados Unidos hasta la Segunda Guerra Mundial lo consideraba parte de China, e incluso presionaba a Inglaterra en ese sentido. Tras la guerra, en cambio, lo vieron como un baluarte religioso contra el comunismo”(90).

Pero veremos más adelante que esto acaba de cambiar en Estados Unidos.

En 1951 el Tíbet fue reanexado por China. La mayor parte de la elite tibetana, negoció una transición pacífica tras la derrota de sus tropas en la primera batalla breve.

Un siervo escapado de 24 años, cuenta que “no era muy diferente de un animal de tiro, sometido a un trabajo incesante, al hambre y al frío, sin poder leer o escribir, y sin saber nada de nada.”
Así que no es extraño que considerase la intervención china como una “liberación” como el mismo declaró (91).

Incluso Melvyn Goldstein, que simpatiza con el Dalai Lama y la causa de la independencia del Tibet, admite que “contrariamente a la creencia popular en Occidente, los chinos mantuvieron una política de moderación”. “Cuidaron de mostrar respeto por la cultura y la religión tibetana” y “permitieron que los antiguos sistemas feudal y monástico continuaran sin cambio alguno. Entre 1951 y 1959, no sólo no se confiscaron propiedades aristocráticas o monásticas, sino se permitió que los señores feudales ejercieran una continuada autoridad judicial sobre los campesinos obligados hereditariamente”(92).

Dos telegramas enviados por el XIV Dalai Lama al líder chino Mao Zedong en 1956 y 1957 desafían las afirmaciones de que “el Tíbet carece de libertad de creencia religiosa”, según un funcionario de la Administración Estatal de Archivos (AEA) (93).

En 1956, las autoridades decidieron aplicar gradualmente una reforma agraria en los territorios tibetanos de la provincia de Sicuani. Naturalmente eso no les hizo ninguna gracia a las elites locales que vieron peligrar sus propiedades y sus derechos feudales.

En 1957 Mao tse Tung dio marcha atrás. Redujo la cantidad de cuadros y soldados chinos en Tíbet y prometió por escrito al Dalai Lama que China no realizaría reformas agrarias en Tíbet durante los seis años siguientes, o incluso durante más tiempo, si las condiciones no estaban maduras

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